14 mar 2009

Un paseo por la Escuela Nº1

Hoy me acordé de la dulce época de la escuela, mi época especial. Agustina, que era hija única, fue la primera en hablarme, yo no lo recuerdo pero más tarde me contó que yo estaba sentada en un almohadoncito y se acercó a mí y me pidió que fuera su amiga.
Por esa época aprendí a hacer barquitos de papel y Eric apretó tanto al hámster de Rafa que lo mató y tiré papel higiénico por la ventana y una niña de sexto me tiró el pelo.
En primero, mi primera túnica blanca, inmaculada, perfecta y con la gran moña azul gigante y esbelta que a medida que pasaban los días iba decayendo hasta quedar en un trapo sin vida. Yo leía como nadie, deteniéndome en cada signo de puntuación y vocalizando cada letra, mamá me había enseñado. Tengo el privilegio de recordar como aprendí a leer, la primera palabra que leí. Yo conocía la letras, solo había que unirlas, un “OSO” que me emociona una y otra vez, igual que esa noche en el fondo del almacén, fue ahí donde empecé a amar la lectura, la misma noche que supe quién era el ratón Pérez.
Los años siguientes los recuerdo como si fueran uno solo, jugar a la agarrada hasta terminar con la lengua afuera, a la escondida, los brazos a la espalda durante el himno nacional e inflar los cachetes durante la estrofa “de entusiasmo sublime inflamó”, la campana del fin del recreo y los alfajores de Punta Ballena.
El último año que estuve en la escuela 1, quinto, es el que guardo con más cariño, los bailes en los que vendían Mirinda y Pepsi, en los que por primera vez nos sentíamos mayores, bailando como los grandes, esos bailes que después se cancelaron porque los chicos grandes del liceo se metían a besarse en los baños, mucho tiempo después entendí que era por algo mucho más grave, la falta de presupuesto en educación.

La segunda semana después de empezar sexto me despedí de todos, era un adiós definitivo, me pidieron que fuera a la escuela y que los esperara a la salida, fueron los últimos en salir, me tiraron huevos, harina, yerba y todos abrazados nos sacamos una foto con una cámara sin carrete.

10 años después volví a la escuela, entré al hall y no me atreví a más, me conformé con sacarle una foto desde afuera y ver el cuadro de Artigas con las tres banderas. Ya lo decía Sabina, al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver.


2 comentarios:

BeN-HuR VaLDéS LLaMa dijo...

[...] Dulce infancia, dulce colegío ... me encanta seguir acudiendo al mio siempre que puedo [...]



Un saludo desde CANTABRIA

Rosie dijo...

que bonitos recuerdos verdad? lo mejor es que no se olvidan nunca más!